Apreciados amigos y amigas de la Psicología Latinoamericana. Con
tristeza comparto este documento en el que se da cuenta la forma como se llevó
a cabo el genocidio contra el partido político Unión Patriótica. Uno de los
aspectos más impactantes de esta historia es que quién está siendo
procesado como autor intelectual de la masacre de Segovia, es el fundador de la
Universidad Cooperativa de Colombia, paradójicamente, una de las universidades
privadas que mayor presencia hace en el país, sobre todo en regiones apartadas
en donde la presencia del Estado en cuestiones educativas es bastante escasa,
por no decir que nula…
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Edgar Barrero Cuellar
Director
Bogotá-Colombia
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El juicio contra el ex congresista Cesar Pérez
por la masacre de Segovia arrancó mal para él. El primero en ser llamado al
estrado fue el ex paramilitar Alonso de Jesús Baquero, alias ‘Vladimir’,
quien ratificó que Pérez instigó esa matanza en noviembre de 1988, en la cual
murieron 43 personas. En los próximos días la ex alcaldesa de Segovia Rita
Tobón hablará desde Europa. Ella lleva 21 años en el exilio y el 10 de agosto
de 2010 fue contactada por un magistrado delegado ante la Corte a quien le
narró, entré lágrimas, una estremecedora declaración sobre los hechos de
Segovia.
Kien&Ke revive el horror de la masacre a
través de la voz de Rita Tobón:
“La primera elección donde participó la Unión
Patriótica fue en marzo de 1986. Los partidos tradicionales sintieron temor,
porque en las zonas suburbanas y rurales muchos campesinos votaron por los
candidatos de la Unión Patriótica. Este riesgo para esos partidos se
consolida en la primera elección de alcaldes en marzo de 1988 […]. Durante la
campaña hubo atentados contra mi vida. Justo después de las elecciones donde
fui electa, las amenazas se vuelven atroces. Me dan 72 horas para abandonar
el país, sino me asesinan. Me dan 48 horas y el temor y la zozobra eran
constantes […]. Desde el primer día viví hostigamientos del Ejército, la
Policía, el MRN (Muerte a Revolucionarios del Nordeste), que se hacían llamar
realistas, que decían que debían recuperar a sangre y fuego el nordeste de
Antioquia.
Sigifredo Zapata decía en plena plaza que el jefe
tiene que volver acá y el jefe lo juró y el jefe cumple. Él llamaba el jefe a
César Pérez García y él lo decía abiertamente.
Cuando me posesioné invité a los comandantes para
presentarme y ponernos de acuerdo en nuestras funciones para el bienestar de
Segovia. Nunca tuve respuesta. Luego empezó el acoso y hostigamiento. Lo
hacía Farouk Yanine Díaz (general del Ejército) y Gil Colorado. Farouk iba en
helicóptero desde Bucaramanga a Segovia para insultarme, humillarme y
amenazarme y a tratarme de guerrillera. Al principio lo hacía privadamente y
después públicamente delante del todo el pueblo. “Hey, Rita Tobón, ¿todavía
estás viva? Me extraña”, así me decía.
El ex congresista César Pérez fue capturado por
orden de la Corte Suprema como determinador de la masacre de Segovia.
Le dije a Gil Colorado que controlara a sus
subordinados porque llegaban al Palacio Municipal a destruir las cosas. Eran
actos de abuso de poder y hostigamiento. Denuncié esto ante la Procuraduría
No recuerdo cuántas denuncias puse. Nunca se me llamó a una ampliación.
El Partido Liberal nos hizo sentir su miedo con
la creación del MRN, que comenzó a amenazar a la población civil en el
parque. Amanecieron panfletos que decían que habían creado eso para recuperar
la zona. Trataban al pueblo de guerrilleros comunistas. Nosotros denunciamos
penalmente las amenazas. Eran con nombre propio, Rita Tobón, Jael Cano,
Aurelio Viana y en otros eran colectivos. Pudimos constatar que el papel con
esas amenazas tenía bajo relieve con las siglas de la empresa Frontino Gold Mines.
Luego supimos que fue allí donde se imprimieron y que habían sido los
militares.
Para todo el mundo era claro y era una certeza
que toda esta orientación venía de César Pérez. Remedios, Segovia, Zaragoza y
El Bate siempre fueron gobernados por el Partido Liberal de Antioquia. César
Pérez es nacido en el nordeste. Él estableció su poder allí y el mayor número
de votación salía del nordeste antioqueño. Para esa época él era el que decía
qué gobernador o alcalde ponía en el pueblo de Segovia, Remedios, Zaragoza o
el Bagre y muy reciente también en Vegachí.
Las amenazas del MRN ya habían comenzado.
Comenzamos a hacer más atentos a la visita de gente de la región y nos dimos
cuenta que había camperos que llegaban a la base militar y gente que no eran
de la región […]. Yo había llegado a la conclusión de que para Segovia se
estaba preparando una masacre. Solicitamos protección a César Gaviria, que
era ministro de gobierno, al Procurador General, al gobernador de Antioquia,
al comandante de la Policía de Antioquia, a todas las autoridades. No he
podido compartir esto durante todos estos años de exilio.
El día de la masacre me encontraba en la
alcaldía. Ese día necesitaba ir a unas instalaciones del municipio que se
encontraban media cuadra más abajo y quería hacerlo personalmente. Eran las
8:00 a. m. del 11 de noviembre de 1988. Me extrañó que no hubiera presencia
de los militares. Pregunté que si había militares y nadie los vio. Me
sobrecogí. Era parte del modus operandi de cada masacre de la gente de la Unión
Patriótica. Pasé por un lado del comando de Policía y quedé petrificada:
estaban sentados los policías en pantalón, despeinados, desarreglados, con
botellas de aguardiente a esa hora. Eso lo vio toda la gente.
También me extrañó que los escoltas que me asignó
la policía no se hubieran hecho presentes. El día que alguien le retira la
escolta era el día que lo asesinaban. Regresé al palacio municipal y envié un
telegrama al comandante de Policía de Antioquia, diciéndole el estado en el
que estaban los policías y que el comandante de la estación se negaba a
hablar conmigo. A eso de las 10:30 a. m. llega un joven del pueblo que quería
hablar conmigo. Me dice que estaba en el aeropuerto esperando a un amigo y me
dijo que vio gente que se bajó de una avioneta y no pasó por el retén
militar. Que de la avioneta se bajó un hombre que no hizo fila y la gente lo
vio. Se dirigió a un portillo que estaba guardado por dos militares. Tenía un
portafolio, lo abre, muestra algo y lo hacen pasar y lo llevan a un campero
que no era de la región.
La masacre de Segovia es uno de los episodios más
dolorosos de la historia reciente de la violencia del país.
Una vez terminada la jornada laboral me dirijo
después de muchos meses a mi casa, porque tenía algo pendiente y necesitaba
ir. Con todo el miedo por lo que estaba pasando les dije a mis escoltas
[privados] que salieran primero y mucha gente se fue a poner en las esquinas
a poner cuidado y a informarnos por radios de la alcaldía si había gente
extraña.
Esa noche la calle hervía de gente. Me fui con el
jefe de mis escoltas en dirección a mi casa. No habíamos alcanzado a llegar a
la calle real cuando inmediatamente yo vi tres camperos que avanzaban
lentamente en sentido contrario al establecido por el tránsito en Segovia. Me
llamó la atención. Les hice señas a todos los que estaban en las esquinas
para que miraran a los que estaban adentro de los camperos. Cada uno de los
camperos tenía ocho o diez personas. Había uno que tenía carpa.
Cuando vi esos camperos le dije a mi escolta Luis
Carlos que nos iban a matar. Me quité los tacones, saqué mi pistola de
dotación oficial y le dije a los de los radios corran y escóndanse que yo me
voy con Luis Carlos. Esta gente de los camperos nos va a matar. Salí
corriendo. Vi que esa gente estaba tan armada que nosotros con tres
pistolitas eran juguetes. Logramos escondernos y empezamos a escuchar la
balacera en el parque principal. Pudimos ver cómo dos carros dieron la
vuelta. Uno de los camperos fue a la calle La Reina y los otros dieron la
vuelta al parque.
Comienza la balacera. Podíamos distinguir qué
tipo de arma disparaba porque teníamos ese conocimiento. Escuchamos granadas
que explotaron en el parque principal. Cuando no hubo más disparos, vimos
cómo los tres camperos sabían por la calle Real y salieron por la calle
Bolívar, que da a la salida del pueblo. En medio de la balacera, llamé al
comando de la policía y le pregunté al comandante qué estaba pasando. Él me
preguntaba que dónde me encontraba. A mí me dio miedo. Sentí ese sentido de
sobrevivencia y a pesar del terror, le dije que estaba en la alcaldía. Él me
dijo que no podía hablar más y cortó. Lo vuelvo a llamar y le dije qué
pasaba. Me dijo que nos estaban atacando y los estaba repeliendo.
Cuando las balas y las granadas cesaron, una vez
que los carros pasaron, le dije a Luis Carlos, mi escolta, que bajáramos. Yo
estaba descalza. Entré al palacio municipal. Me puse un pantalón y unos
botines y salimos a enfrenarnos con la realidad. No tengo palabras por lo que
vimos y vivimos. Había ciudadanos asesinados en el kiosco del pueblo. Había
asesinados sentados. Niños y niñas, mujeres en unos de los andenes del
palacio municipal. En el bar Johnny Key habían levantado a granadas y
destrozando a la gente. Habían otro quedaron vivos, pero se habían quedado en
las rejas. Había muertos con disparos en la frente y los techos. Había un
declive entre Johnny Key y el palacio municipal, y la sangre corría mares [‒llanto‒]. A
pesar de tantos años, el dolor sigue intacto, porque justicia no se ha hecho.
La única manera de tornar la página es que se
sancionen a los culpables tanto intelectuales como a los materiales. Lo que
yo viví… a pesar de veinte años no tengo palabras porque yo traté por todos
los medios de que no pasara, pero a nadie le importó. Todos participaron, lo
unos por acción, los otros porque dieron la orden y los otros por omisión.
Tuve tiempo de subir a la Alcaldía y llamar a Medellín y el servicio del
teléfono estaba cortado. No había nadie en las calles, además de los muertos
y mis escoltas. Yo tomé fotografías. Tuve sangre fría porque decía que esa
masacre no podía quedar impune.
Cuando los militares aparecieron en el parque
principal no había más de diez. Estaban el mayor Báez, Valencia, Vivas y
otros que no se identificaron. Ellos miraron todo y no preguntaron nada. Me
dijeron “Ay alcaldesa, duro ¿ah?”, con esa risita burlona.
A partir de ahí las amenazas fueron más graves, a
tal punto que a partir de ese momento no pude volver a salir ni a la puerta
del palacio municipal. A mí se me redujo a vivir en una prisión donde nadie
me condenó. Donde me obligaron a vivir para salvaguardar mi vida.
En 1989, cuando tuvimos que abandonar Colombia,
mi hijo había perdido hasta el habla. Usted no se imagina cuántos años
necesitamos para recuperarnos. Usted no sabe cómo quedó mi hijo. […]
Pasábamos toda la noche contando y levantando cadáveres.
Jesús Baquero, alias ‘Vladimir’, me mandó una
carta donde me decía que lo habían manipulado, aparte de contar que la idea
inicial de la masacre era de César Pérez y da cuenta de cómo se preparó el
mecanismo. “Allí me habían contratado para hacer otros trabajos y esta vez
Henry Pérez y los comandantes del Ejército me habían contratado para asesinar
la cúpula de la Unión Patriótica” [, contó “Vladimir”].
Me quedé un año y veinte días después de la
masacre. No se me permitió cumplir con el periodo. A mí se me obligó a
abandonar mi país. Comenzaron a asesinar a amigos míos. A mi hermano Alberto
Tobón Areiza, en agosto del 89. Luego amenazaron con asesinar a mis niños. La
última amenaza es a finales de noviembre del 89. Llegó una persona a mi
oficina y me dijo que era del DAS de Bogotá. “Hace 24 horas ofrecieron veinte
millones por usted y si usted no se va del país hay gente que está dispuesta
a tomarse el palacio municipal”.
[…] La intimidación era muy fuerte y teníamos
miedo de lo que César Pérez pudiera hacernos después. Para ese entonces
jugaba el rol del gran señor y mucha gente se negó a creer que él tuviera
algo que ver. Una cara era la que tenía cuando llegaba al nordeste y otra
cuando estaba en la Asamblea departamental y en las esferas políticas […]. En
diciembre de 1998 tuve que abandonar el país por las amenazas de los
liberales y paramilitares”.
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Gracias por compartir este relato.
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